lunes, 1 de diciembre de 2014

Sobre Carlos Fabra

Hay ciertas cosas en la vida que no sorprenden, elementos del día a día que mantienen el tejido del Universo bien atado, leyes que Newton no escribió porque eran auténticas obviedades. Por ejemplo, si vas con tu coche a más de 150 Km/h y decides saltar a ver que pasa, es un hecho que antes de dar con el suelo ya te habrás empezado a arrepentir. Si haces malabares con varias botellas de Coca-Cola y luego abres una, todos sabemos lo que va a pasar. Si te vistes como un mafioso estándar, caminas como el Rey Goblin y sonríes como un villano del Equipo A, te van a detener por fraude fiscal y vas a acabar en la cárcel.
No digo que el motivo por el cual Carlos Fabra haya hecho lo que ha hecho sea su apariencia; el hábito no hace al monje, pero, oigan, todos los monjes tienen algún tipo de hábito y el de este señor indicaba que pertenecía a la Santísima Orden de Malo de Arma Letal. Seamos honestos: si Carlos Fabra fuera un personaje inventado, la crítica se cebaría con los guionistas por falta de originalidad y abuso de tópicos.
Durante meses todos hemos escuchados voces escépticas que dudaban de la encarcelación de este hombre debido a sus contactos y a su poder, pero no hay contacto ni poder que valgan cuando tienes cara de que el comisario Montalbano te va a detener de un momento a otro. La verdad es simple y cristalina: aunque Fabra no hubiera hecho absolutamente nada y fuera más bueno que Steve Rogers, su presencia y modo hubieran generado espontáneamente algún delito que con el tiempo le abrirían las puertas del presidio.
La moraleja, niños, es que si alguna vez tomáis la decisión de convertiros en un criminal por lo menos tened la elegancia de no parecer uno.

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