domingo, 30 de noviembre de 2014

Simba García

Trato esta mañana de poner mi mente en italiano para estudiar (lo que se traduce en que bostezaba una y otra vez mientras me decidía a abrir de una vez el libro) cuando oigo el llanto crudo de un recién nacido por la ventana del patio de mi bloque. Nada extraordinario. Los niños nacen y lloran. Forma parte del sistema. Podemos continuar con nuestras cosas.
Al poco, escucho que una mujer grita "¿Ves qué guapo es?" y otra le responde "¡Mucho!" Una tercera voz se une con un "Aww" y una cuarta pide verlo mejor. Por alguna razón eso último me inquieta, así que abandono por un momento mi encarnizada lucha contra il passato prossimo y asomo la cabeza por la ventana lentamente usando las macetas como camuflaje aplicando todo lo que he aprendido de las películas de Vietnam. Lo que veo me inquieta; frente a mi habitación, un par de plantas más arriba, una señora enseña un bebé por una ventana abierta, sacándolo ligeramente afuera. Miedo. Lo sujeta bien, con firmeza, pero no puedo evitar acordarme de Michael Jackson. Puedo ver algunas de las mujeres que alaban a la criatura (se han sumado más) pero la mayoría permanece oculta y solamente oigo expresiones de admiración y vocecitas infantiles forzadas diciendo "¡Hola! ¡Hola!" y mientras la cacofonía sigue el bebé sigue llorando frente al vacío.Todo es como el Rey León pero versión maruja peligrosa.

El fenómeno sociológico acaba tan pronto como comienza y de repente soy el único espiando el silencio del patio.


No me queda claro que es lo que acabo de ver.

Decido seguir con mi vida.